Orwell, nueva víctima de la volatilidad digital

Hoy los dejo con un análisis muy bien sustentado sobre el libro impreso y el libro digital y su concepción como tecnologías complementarias y no excluyentes, la cual comparto totalmente. El mismo fue elaborado a partir de una reflexión sobre lo que sucedió con Amazon y “1984”  y “Animal Farm” de George Orwell.

Para los que no están empapados sobre que el caso Amazon/Orwell, se los resumo: Hace unos 15 días más o menos, Amazon eliminó tanto de sus “estantes” como de los Kindle, la copia digital que los usuarios habían comprado de “1984” y “Animal Farm” de George Orwell. ¿La razón? Aducieron que se se dieron cuenta que no tenían los derechos sobre la distribución digital del mismo, por lo tanto, eliminaron la obra, y aunque devolvieron el dinero a los usuarios que lo adquirieron, la propiedad, la acción de comprar un libro digital, entre otros aspectos, pasaron a ser polemizados. Ya en Estados Unidos se dieron las primeras demandas por este hecho.

Publicado originalmente en La Nación (Argentina) por Ariel Torres, les invito a reflexionar sobre el tema.

Orwell, nueva víctima de la volatilidad digital

¿Qué otro autor sino Orwell podría haber sufrido el calamitoso tropiezo de Amazon de hace quince días? La compañía borró dos obras del pobre George Orwell, nacido Eric Blair y conocido mundialmente por 1984 . ¿De dónde eliminó Amazon estos libros? Del Kindle, su dispositivo para leer documentos digitales que erróneamente se suele llamar libro electrónico . ¿Por qué los borró? Porque, explicó luego, la editorial que posee los derechos sobre 1984 y Animal Farm cambió de idea acerca de ofrecer versiones electrónicas de esas obras.

Así que si usted nunca las leyó, hágalo pronto, o mañana podría entrar un comando de marines y extirparlos de su biblioteca a mano armada.

Oh, bueno, no. No sin violentar todos los derechos civiles habidos y por haber.

Sin embargo, ésta fue la analogía que recorrió la Web luego del incidente. Lo que Amazon hizo fue estúpido, como el mismo Jeff Bezos admitió luego, pero de ninguna manera equivale a extraer un libro impreso de una biblioteca privada.

Piedra, papel y tijera

Es fácil creer que el Kindle es un libro electrónico. O una suerte de biblioteca portátil. No es ni lo uno ni lo otro. Es una computadora especializada en reproducir documentos digitales. Los afiebrados que querrían hoy mismo eliminar toda hoja de papel de la faz de la Tierra deberían aprender del incidente Amazon/Orwell algunas lecciones.

Las tecnologías desaparecen y son reemplazadas por otras cuando ya no tienen más nada para ofrecer. Es un fenómeno que se entiende fácilmente. Las linotipos, por ejemplo, fundían plomo para crear in situ los tipos metálicos con los que se imprimían libros y diarios. Insalubre, costoso, lento y de dudosa calidad. Por lo tanto, las computadoras las reemplazaron en un pestañeo. Ningún trabajador reclamó seguir respirando vapores de plomo; ningún lector prefirió las imperfectas líneas compensadas a mano. La linotipo estaba agotada y nadie la echó de menos. No ofrecía ni una sola (ni una sola) ventaja sobre las computadoras.

Pero el reemplazo no es el único fenómeno que ocurre cuando dos tecnologías para hacer lo mismo se encuentran. Que sea fácil de entender explica que tantos analistas lo esgriman precipitadamente. Pero no es el único. Observe.

El papel impreso es una tecnología; aunque tenga más de mil años es una tecnología por derecho propio. Pero, al revés que las linotipos, todavía ofrece características que ningún dispositivo digital puede siquiera emular.

Por eso, los documentos electrónicos desplazan al papel impreso en muchos contextos, pero no reemplazan por completo esa tecnología.

Good bye, George

Sin ánimo de ser sarcástico, una de las características más importantes del papel es que no puede venir la editorial y sacar un libro de mi biblioteca. Sería hurto, porque el objeto libro, fabricado con celulosa y tinta, es mío. Lo pagué, por lo tanto es mío. Y puede ser 100% mío, entre otras cosas, porque un libro es un objeto concreto del mundo real, no una entidad numérica, virtual e intangible, como un PDF, un DOC o un TXT.

El Kindle también es un objeto concreto del mundo real, hecho de plástico y metal. Amazon no puede venir y quitármelo. Pero las obras que contiene el Kindle son archivos digitales ligados a licencias de uso, que eventualmente pueden revocarse. En ese caso, como hizo Amazon, deberían devolvernos el dinero.

Está bien, pero hay libros en mis estantes que no devolvería ni por todo el oro del mundo.

Este es uno de los trucos que la tecnología del papel impreso esconde en su manga. En los libros, el texto y el sistema de visualización quedan fusionados. Algo intangible que no nos pertenece (por ejemplo, la obra llamada 1984 , de George Orwell) está inseparablemente unido al sistema de visualización (las páginas de papel y tinta), que sí nos pertenece. Si mañana una editorial quisiera recuperar un libro de mi biblioteca, no podría. Con el Kindle fue cosa de un segundo, y adiós Orwell.

Bits non sanctos

Esta amalgama inextricable entre texto y sistema de visualización le impone a los impresos un montón de limitaciones, que los intransigentes del bit señalan como si fueran estigmas: poco espacio de almacenamiento e incapacidad de conectarse con Internet, entre otras.

Del espacio de almacenamiento me ocuparé luego. En cuanto a no poder conectarse con Internet o con otras computadoras, ésa es precisamente la razón por la que no se han podido borrar obras de nuestras bibliotecas hasta ahora. Los gobiernos autoritarios celebrarían que los libros fueran Wi-Fi ¡Tendrían censura remota a un clic!

Esta tozuda inmutabilidad del impreso no puede emularse por medio de la tecnología digital de hoy. Por eso, un libro real es más que simple entretenimiento; es un contrato, y muchas veces constituye un tesoro. O algo más.

Una vez le pregunté a un amigo sacerdote por qué una Biblia almacenada en un aparato como el Kindle no podía considerarse un libro sagrado. La respuesta fue simple: el papel no cambia, mientras que los documentos electrónicos -cientos de miles de usuarios del Kindle lo saben ahora- pueden sencillamente esfumarse de un día para el otro. O variar. ¿Es lo mismo la Biblia con algunos pequeños cambios? No, no lo es. Y Borges, Cortázar, Arlt y Rulfo, ¿son lo mismo si algún vivillo altera algo aquí y allá?

Memorias encontradas en una bañera

El papel todavía tiene algo para ofrecer. Ese es el motivo por el que todavía hay tantos impresos dando vuelta. Cuando una tecnología se agota, desaparece sin más. No queda nada. Se esfuma, y lo hace muy rápido.

Así que no hay nada de nostalgia en este análisis. Es más simple: existen cosas que los dispositivos digitales no pueden hacer u ofrecer. Al menos, de momento. Más tarde o más temprano lograremos documentos digitales inmutables. Falta. Habida cuenta de la crisis de seguridad que experimenta esta etapa de la revolución digital, diría que falta mucho.

Todo se puede hackear, excepto el papel.

Por eso, si uno decide adoptar una tecnología como el Kindle debe estar dispuesto a pagar ciertos costos inherentes a lo digital. De la misma forma que mis libros acumulan polvo, ocupan enormes cantidades de espacio y complican las mudanzas, los (mal llamados) libros electrónicos pueden ser borrados de forma remota por la editorial, y lo más probable es que esté en todo su derecho, si la licencia de uso de ese documento tiene una cláusula al respecto.

Más perturbador todavía, los piratas podrían desfigurar a Vallejos o Dickinson con la misma facilidad con que vandalizan Wikipedia. No creo que lo vayan a hacer, pero es posible.

Por añadidura, los equipos como el Kindle pueden quedarse sin baterías, sin display o simplemente no arrancar más.

Pues bien, a los libros de papel no les ocurre nada de esto, pero llevarse 15 libros reales para las vacaciones es terriblemente engorroso (¡lo he hecho!). El Kindle es mejor para viajar. Oh, claro, si no falla justo antes del desenlace de ese thriller que nos tiene en vilo…

Como se ve, no puede haber reemplazo mientras la lista de pros y contras siga empatada. Antes teníamos sólo los impresos. Si querías cargar 15 libros en el veraneo, adelante, era tu hombro. Eso sí, nadie podía borrarte obras a distancia. Ahora hay también libros electrónicos. Para ciertas actividades, el Kindle -o el Reader de Sony- ha desplazado al impreso. Y con toda justicia.

Pero, parafraseando, perded toda esperanza de que los documentos digitales tengan la constancia del papel. No la tienen, punto.

Si el papel desapareciera del mundo, devorado por una bacteria, como en la novela de Stanislav Lem citada en el subtítulo, nos quedaríamos sin la única forma portátil y 100% confiable de almacenar información que conocemos. Me encantaría que no fuera así, que hubiera una opción más económica o limpia o liviana, o todo eso a la vez. Pero no es así.

Brevísima nota sobre el espacio que ocupan los libros reales. Es verdad que para transportarlos su volumen constituye un problema, lo mismo que cuando no se dispone de una casa holgada. Pero no olvidemos, por favor, que un libro es un individuo para el lector. No es una simple cosa. Es ese libro. Mi libro. No ocupa espacio inútilmente. Tienen un peso, una textura, un perfume y una historia de vida grabada por los años en sus páginas. Nada de esto está presente en un PDF o un DOC.

Tráigame un PDF gastado por el uso y cambiaré de opinión. Mándeme por mail un DOC manchado con lágrimas y retiraré lo dicho.

Nanomáquinas

El escándalo originado por la pésima decisión de Amazon se produjo por varios motivos; dos son muy significativos.

Primero, hay toda una tropa de analistas con vocación funeraria que tres o cuatro veces por semana dan por muerta la PC, la cámara digital o el libro de papel. También han enterrado, en su momento, el cine, la TV, la radio, el teatro y la historia. Me cuesta creer que no vean que en tecnología son mucho más numerosos los partos que los sepelios.

En esta ocasión, se ocuparon de enfrentar al libro de papel (de pronto bueno y confiable) y al Kindle (malo, irónicamente orwelliano). Tonterías. El fenómeno del desplazamiento produce tecnologías complementarias, no excluyentes. Es relativamente sencillo observar como estas dos formas de entregar texto van mejor juntas que separadas.

Uno necesita baterías, el otro no. Uno tiene varios miles de veces más espacio de almacenamiento que el otro. Uno arranca gracias a un sistema operativo, el otro arranca siempre y sin ayuda. Si uno se cae al piso, se rompe; el otro, no. Uno permite comprar libros online; el otro, no. Uno tiene olor a libro; el otro tiene olor a plástico. Uno posee la textura de una calculadora; el otro, la del papel impreso.

No hay mucho que pensar, sinceramente. Para el estudiante, el Kindle es una bendición (bueno, salvo que de golpe le desaparezca el manual de historia). Para el que disfruta de la lectura con todos los sentidos y se permite el lujo sensual de la página impresa, el libro es un tesoro.

El segundo motivo del escándalo fue que, hasta ahora, las obras no desaparecían de nuestras bibliotecas, y por lo tanto la acción de Amazon escaló a ominosas proporciones de Gran Hermano.

Un oprobio. Una invasión. Una vergüenza.

No tanto. Sólo uno de los muchos costos de la era digital.

A pesar de que no hay ningún indicio firme de que podamos prescindir del papel en el corto plazo, replicando sus ventajas por medios más avanzados, confío que esto alguna vez ocurrirá. No hoy, claro. Ni el próximo semestre. Pero he aprendido algo: cuando se trata de tecnología no es buena idea decir que algo es imposible. Todo es posible.

Pienso que en el futuro, cuando los materiales sean programables, cuando podamos crear hojas basadas en nanomáquinas inteligentes, resistentes, flexibles, capaces de conectarse, pero a la vez de bloquear tercamente sus contenidos, como el papel, y de repararse si se las daña, algo de lo que el papel es incapaz, tal vez entonces tengamos una tecnología que reemplace al impreso.

Por ahora, y puesto todo en la balanza, me quedo con los libros de papel.

¿Incluso para irme de vacaciones? Claro que sí. A fin de cuentas es mi hombro.

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