Cazadores de premios

Ganar un concurso literario es una de las formas que buscan los escritores noveles para obtener reconocimiento, publicación de sus textos y también hacerse a algo de dinero. De otro lado, también he leído artículos donde se dice que algunos de estos concursos pueden estar viciados al arreglarse el ganador de antemano. Lo interesante del texto que reproduzco a continuación, es la descripción de otro tipo de escritor, el cazapremios, aquel que se dedica por profesión a estructurar su obra con el objetivo de ganar concursos literarios de ligas menores, tal como cita el texto “tienen más peso las concejalías de cultura que las editoriales y donde el prestigio se mide por cantidad de placas y no en venta de ejemplares” . Publicado originalmente en el diario Información (España).

Cazadores de premios

Las decenas de pequeños concursos de narrativa y poesía de la provincia de Alicante convocan tanto a escritores noveles como a profesionales de la literatura amateur, quienes llegan a atesorar cientos de trofeos y galardones

No son literatos profesionales, pero dominan el oficio de la escritura con tanta solvencia que pueden llegar a ganar con su hobby más que muchos jóvenes con carrera. Quienes habitan los anillos superiores de los círculos literarios los miran con afecto y desdén, dependiendo de la actitud con que los concursantes afronten la conquista de certámenes menores; convocatorias de narrativa o poesía organizadas por ayuntamientos, fundaciones y hasta consejos reguladores con premios comprendidos entre 200 y 1.000 euros de dotación. Son los hermanos pequeños de premios como el recién fallado Azorín y su círculo de habituales dista mucho de los intelectuales y literatos de prestigio que comparten copas tras las galas de los premios de primera. Pero aunque hoy renieguen de ellos, muchos grandes autores se animaron a perseguir su sueño de ser escritores tras lograr uno de estos pequeños accésits.

Los “cazapremios” son una raza de autores que juegan en una división paralela donde tienen más peso las concejalías de cultura que las editoriales y donde el prestigio se mide por cantidad de placas y no en venta de ejemplares. “Cada año hay fácilmente cerca de mil concursos literarios ¿Qué piden muchas de sus bases, dos poemas de tema libre? Algunos de estos autores presentan versos hechos con mucho oficio que pueden tener la apariencia de un poema profundo, pero que en realidad es una fórmula que se repite. Los presentan a 100 concursos y claro, alguno siempre cae”, explica entre irónico y enfadado José Luis Ferris, escritor alicantino galardonado con el Azorín de 1999 y el Ciudad de Málaga 2009.

El autor, que ha participado como jurado en muchos certámenes de la provincia, distingue entre los autores noveles que se lanzan con honestidad a los concursos -“a quienes respeto”, apunta- y los profesionales de los galardones amateur, los verdaderos “cazapremios” que se toman la literatura con la avidez del coleccionista. “Ya tengo mi propia lista negra”, apunta el literato, quien añade que “algunos pueden vivir de la literatura o tener un buen complemento a su sueldo de entre 6.000 y 10.000 euros anuales”.

Ése es Manuel Terrín Benavides. Con un total de 1.689 premios ganados a lo largo de 40 años, se ha convertido en la leyenda de la considerada como serie B de la literatura. No hay jurado en la provincia de Alicante -ni en toda España- que no conozca este nombre ya que la terreta es uno de sus caladeros más provechosos según el mismo reconoce. “En Alicante hay mucha tradición de premios y muy buenos jurados. Es muy difícil meterles un “gato””, como llama Terrín a los “poemas retorcidos que lo único que hacen es ocultar una pésima calidad”. “¿Que si soy un “cazapremios”? Claro, como los futbolistas, que al final no son más que “cazagoles””.

Tras toda una vida dedicada a la literatura de certamen, se defiende de las críticas: “Yo no soy escritor profesional. Soy un técnico de electrónica jubilado que tiene la poesía como vocación”, explica Terrín desde su casa de Albacete, donde prepara un par de convocatorias llegadas esta semana.

“Yo más que vivir del cuento, vivo de las letras, de las de cambio, porque trabajé 44 años como empleado de banca”, bromea Raimundo Escribano. Este vecino de la calle Churruca de Alicante, de 76 años de edad, tiene en su haber más de 70 premios literarios de toda España, entre los que guarda especial cariño al Vicente Aleixandre del año 2000, con el que ganó “medio millón de pesetas” con un soneto sobre su propia vida. “Es un premio bastante codiciado por los poetas profesionales”, reconoce con cierto orgullo este jubilado que fundó en los años 70 un club y una revista literaria de Ciudad Real. “No soy un cazapremios profesional. A mí la poesía no me da para comer pero sí para merendar: con los 250 euros que puedo sacar de un concurso invito a mis amigos a una buena merienda”, ríe Escribano, quien puede complementar su pensión con “unos 1.000 euros anuales en premios”.

Un autor hoy reconocido como Luis Leante -fue premio Alfaguara de novela en 2007- comenzó también su carrera en el circuito de premios menores. “Juan Manuel de Prada vivía de concursos de cuentos hasta que ganó el Planeta. No es nada extraño empezar una carrera así”, apunta Leante, quien mantiene su afecto por estos certámenes porque “es la única manera para un escritor joven de hacerse ver”. No obstante, asegura que dejó de presentarse antes de lograr el reconocimiento. “Muchas de estas obras editadas acaban en cajas en despachos de concejales, o en bibliotecas municipales”, lamenta Leante.

Picaresca y literatura, siglos de matrimonio

La oferta indiscriminada de premios literarios de hoy en día, que vivió según el catedrático de Literatura de la UA Ángel Luis Prieto de Paula un primer repunte en los años 50 y 60, tiene un referente reconocible en el Siglo de Oro. Hoy, cuando un escritor de prestigio se ve en aprietos económicos concurre a un premio menor, pero presentándose a certámenes con premio único para no ser desbancado por un desconocido en el caso de no ganar o bien utilizando un seudónimo. “Pero antes nadie se escandalizaba de que Quevedo o Lope de Vega concurriesen a todas las justas literarias, o de que se disputasen premios como el mondadientes de plata o el guante de ámbar”, razona Prieto. En la actualidad existen “cazapremios” tan pillos como los protagonistas de las novelas picarescas de la época. “Conocen perfectamente la retórica del verso y construyen poemas que van cambiando según el certamen. Y en ocasiones, miembros del jurado han visto poemas suyos reproducidos con otro nombre en el concurso”, explica. Otra táctica habitual es mandar una obra propia ya premiada a concursos diferentes con el título cambiados, según explican literatos que actúan como jurado en la provincia.

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