Los dejo con este artículo publicado el pasado 12 de junio en La Nación (Argentina) por Ezequiel Vinacour. Encontrar la forma de inspirarse es muy particular para cada escritor, y lo que sirve para uno puede no servir para el otro. De todas formas es interesante lo que relata el artículo en el sentido de que cada uno debe descubrir o construir ese método que al final le permita dar a luz un libro.
Cómo escriben los que escriben
Cada mañana, Jorge Luis Borges registraba sus sueños y luego utilizaba ese material para enriquecer sus ficciones. Ernesto Sabato tenía el hábito de incendiar por la tarde lo que había producido hasta el mediodía. Y Carlos Fuentes contó que componía “mentalmente” sus seis o siete páginas diarias en un paseo que incluía la casa de Albert Einstein, la de Hermann Broch y la de Thomas Mann, en Princeton.
Pero de todas las historias sobre escritores a la hora de encarar la rutina del oficio, quizá la más singular pertenezca a Abelardo Castillo. Años atrás, el autor de Crónica de un iniciado sufría de una extraña afección: sentía que no podía ponerse a trabajar si antes no limpiaba su máquina de escribir. Para ello, tenía un pincelito especial para repasar los tipos y evitar que se empastaran. Su obstinación, a menudo, surtía efectos no deseados: como utilizaba querosene, los mecanismos muchas veces terminaban por ensuciarse y, al final de la tarea, no se podían usar. “Cuando me quería acordar, habían pasado tres horas y no había escrito nada. Creo que estas costumbres pertenecen más a la zona de la demencia que a la zona ritual”, dice Castillo, un poco en broma, a adncultura .
¿Cómo escriben los escritores? ¿Cuántas horas diarias trabajan? ¿En qué momento del día? ¿Qué estrategias prefieren para crear tramas y personajes? ¿Qué tipo de letra usan? Las respuestas a estas preguntas suelen estar confinadas al ámbito de las entrevistas y de las leyendas, antes que al de los estudios literarios. Sin embargo, aportan datos valiosos a la hora de trazar el perfil de un autor y abordar su obra.
Dashiell Hammett, quien en su caótica etapa de Hollywood se había instalado en una suite del Beverly-Wilshire y recibía a sus pocas visitas vestido con una costosa bata con sus iniciales, solía decir que un hombre puede hacer con su vida lo que quiera, pero que la escritura tiene ciertos principios que deben respetarse. Puede discutirse si la vida de Hammett acabó con su escritura o si la escritura acabó con su vida. Lo único cierto, en todo caso, es que los escritores son animales de costumbres y que la mayoría de ellos tiene una debilidad por los rituales y la disciplina.
Hemingway, que en París era una fiesta dejó muchos consejos sobre el arte de escribir, dijo que se requiere disciplina para trabajar todas las mañanas y también para dejar de pensar en la obra al levantarse del escritorio, de modo que ésta se siga escribiendo sola en alguna parte de la mente. También recomendaba dejar de escribir cuando la historia fluía, de modo de poder retomarla sin inconvenientes a la mañana siguiente.
El escritor, fatalmente, se hace. Y en esa tarea, los ritos y los métodos ayudan. Así pensaba Faulkner, quien además tenía una áspera receta para cualquier aspirante a narrador. Según el autor de Luz de agosto, se requería un 99% de talento, 99% de disciplina y 99% de trabajo para lograrlo.
Claro que ese talento y esa disciplina, muchas veces, pueden parecerse al caos. Un buen ejemplo de ello es la anécdota de Antonio Dal Masetto durante el proceso de escritura de su novela Siempre es difícil volver a casa. Para producir esa obra, el escritor se propuso recopilar diálogos, apuntes de personajes y descripciones en servilletas de bares y papelitos sueltos, que fue acumulando en numerosas cajas de zapatos. Para imponerse un orden, dividió las cajas en tres grandes grupos: inicio, nudo y desenlace. Siguió así hasta que, en un momento dado, le puso punto final a esa tarea, se sentó frente a la máquina, vació las cajas y a partir del material acumulado redactó una página, un capítulo y, finalmente, el libro entero. “Es un método que no se lo recomiendo a nadie”, bromeó después Dal Masetto en una entrevista.
Otro estadounidense que ha revelado algunas de sus costumbres más extrañas es Gay Talese. El autor de “Frank Sinatra está resfriado” confesó que su día de escritura no comienza en su escritorio, sino en el vestidor del cuarto piso de su casa. Allí, cada mañana se viste como si fuera un ejecutivo de Wall Street, con camisa y corbata. Cuando está listo, baja cinco plantas hasta su búnker, una antigua bodega sin puertas ni ventanas, en el sótano de su casa. Una vez allí, se quita el traje y se pone un pantalón común y un suéter. Trabaja sin descanso hasta tener una página nueva sobre su escritorio. Una vez que ha consumado esa tarea, vuelve a vestirse como si fuese un banquero y sube a su casa para almorzar.
Detrás de escena, lejos de las interpretaciones académicas, algunos de los más destacados escritores argentinos le contaron a adncultura cómo enfrentan su trabajo, y cómo sus hábitos y sus rituales forman parte, también, de su estética. Hablaron de sus temores y de los fantasmas que los visitan con mayor frecuencia: el terror a la página en negro (la página llena de escritura inútil), el bloqueo de la creatividad, la soledad que rodea al oficio del escritor y el necesario equilibrio, siempre sordamente amenazado, entre la creación genuina y la escritura “por dinero”.
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