Hoy los dejo con esta columna de Álvaro González y publicada en El Mundo (Colombia). Estoy de acuerdo con la reflexión que hace el mismo. Nada de miradas fatalistas ni unidimensionales, el que llegue una nueva tecnología no significa necesariamente la extinción de la otra, es algo totalmente aplicable al caso de los libros impresos y los libros digitales.
¿Muere el libro?
Los nuevos inventos siempre han originado temores sobre la suerte de lo que ya existe para usos iguales o similares. En unos casos esos temores han sido fundados, y muchos productos, artículos, e incluso teorías y creencias, pasan a ser historia, ya sea como causas o antecesores indispensables para el avance de las ciencias, o ya sea como equivocaciones necesarias.
Pero muchas veces esos miedos son infundados, pues los nuevos avances se convierten en otra opción en el camino de las posibilidades para satisfacer carencias y llenar los deseos del ser humano.
Incluso, en la mayoría de los casos se enriquece y amplía el mundo del conocimiento, de las artes y de diversas disciplinas y acciones humanas. Se trata de la apertura y construcción de nuevas vías para llegar a la misma meta o a otras inéditas, cada una con sus propios ritmos, ventajas y desventajas, según las condiciones, los propósitos y el medio social y geográfico.
Por eso a los adelantos científicos y tecnológicos hay que mirarlos y adoptarlos con cautela, pues el avance no es lineal sino extensivo y abierto, y en la mayoría de las veces felizmente se constituye en la multiplicación de oportunidades y no en la muerte o en la obsolescencia de lo que viene del pasado, que muchas veces con los nuevos inventos se revalora, se enriquece, y encuentra otros nichos y hasta otros usos insospechados antes de la llegada de sus supuestos competidores emergentes.
Un ejemplo cercano en la historia de la civilización, es el dilema que nació cuando se inventó y masificó la televisión frente a la radio. Muchos se apresuraron a decretar la desaparición de la segunda, y hoy vemos cuán equivocados estaban, pues la radio ha seguido vigente; eso sí, con reinvenciones en su campo, mejor técnica, y contenidos diferentes propios de su medio. La radio entendió su nuevo lugar y se acomodó a éste, incluso con lujo de detalles, sin que ella ni la televisión se arrebataran espacios.
Hoy el debate es el libro impreso frente al digital. Pero el supuesto dilema entre el libro de papel “versus” las posibilidades del mundo digital no es tal, y más bien estamos de nuevo en un momento crucial, en el cual cada uno encontrará su sitio según la ocasión, el público y los objetivos.
Quizás en el futuro las condiciones cambien a la par que cambia el rumbo de la sociedad y del conocimiento, y entonces ahí veremos si el libro impreso continúa vivo o si desaparece, pero por ahora tiene inmensas posibilidades, no sólo consistentes en las que hoy le conocemos, sino en otras que deben ir a la par y como complemento de los adelantos del mundo digital.
Por otro lado, las nuevas tecnologías nos deben llevar a replantear los conceptos nacidos en el pasado bajo otras condiciones menos avanzadas.
Por ejemplo, el concepto de “libro” debe salir de su imaginario consistente en un cuadernillo de papel, y ampliarse a una estructura ideológica con varios contenidos unidos por un hilo conductor, pero que puede estar soportada por diversos medios físicos, como los magnéticos o digitales, fílmicos, orales, el mismo papel y otros que vendrán en el futuro.
Unos pueden desaparecer ante la llegada de otros y de nuevas condiciones -como lo serían la protección de la naturaleza, el ahorro energético, la rapidez y efectividad del conocimiento y varios más- pero la gran mayoría seguirá teniendo cabida en su nicho.
En 1929, Fernando González decía en una de sus obras estelares, “Viaje a pie”, que el libro es un “organismo ideológico impreso”. ¡Qué gran definición! Hoy sigue y seguirá vigente lo de “organismo ideológico”, y lo de “impreso” persistirá a la par con las formas digitales y muchas otras más.
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