Hace unas semanas me reuní con un amigo, él llegó con su pareja y yo con otro amigo. Entre ramen, sushi, mochi y cervezas japonesas empezamos a hablar de nuestras historias de parejas. Mi amigo tuvo una relación por más de cinco años que terminó por una infidelidad de ella; luego él se casó con otra chica, nueve años de matrimonio y divorcio con un hijo, y ahora tenía tres años con otra pareja la cual tenía también un hijo de una relación previa que tampoco funcionó. Mi otro amigo, con el que llegué, tuvo una relación muy larga, más de quince años, de ellos ocho de matrimonio, que terminó también por infidelidad de ella, y ahora estaba en una batalla legal por la custodia de los hijos. Y luego yo, soltera, sin hijos, con tres historias de relaciones, de pareja y de casi sí, que terminaron en desearles a los caballeros un buen viaje a la mierda y valorar de sobremanera la tranquilidad y la paz mental que brinda la soltería.
Además, en esa conversación mi primer amigo dijo, “no sé que pasó entre perencejo y tú, él nunca me habla de eso”, yo le mencioné “te vi muy mal cuando pasó lo de menganita”, luego él me preguntó “oye, ¿este otro amigo se divorció de fulanita?”, yo le respondí, “creo que sí, me lo he encontrado dos veces a él solo con sus hijas”…
Todos los que estábamos ahí, y los que mencionamos, estamos recién llegados al cuarto piso, en el principio de los cuarenta. Luego, esta conversación me hizo ver que tenía muchos amigos y amigas de mi generación, y de los 36 en adelante, en la misma situación: divorciados/as, algunos con hijos/as, saliendo con nuevas parejas. Todos vivos ejemplos de lo que dice un meme “¿Mayor de 30 y sin pareja? Tranquila/o, tu alma gemela ya se está divorciando”.
Eso me llevó a preguntarme ¿qué está pasando? ¿cuántas parejas de mi generación conozco que continúen juntas desde el primer momento? ¿por qué parece abundar más separaciones y divorcios en los de mi edad y cercanos (mucho antes que se metiera la pandemia)? ¿por qué la recurrencia de la infidelidad?, y, además, el tener que lidiar con los traumas y cicatrices emocionales que nos deja cada experiencia fallida, una tras otra.
Entonces vi la palabra clave, emociones, y empecé a revisar toda la educación formal que había recibido, desde el preescolar hasta el bachillerato. Recuerdo que vi clases de Religión, de Comportamiento y Salud, de Filosofía, pero ninguna orientada a educar en cómo manejar nuestras emociones y sentimientos. Estudié en un colegio femenino de monjas donde nos hacían mucho énfasis en que no le diéramos la “pruebita de amor” al novio, es decir, no sexo antes del matrimonio, o que nos hablaran de cómo funcionaba el aparato reproductor femenino y masculino, pero en ninguna ocasión alguna charla o clase sobre cómo seleccionar bien a una pareja, cómo identificar el tipo de personalidad del otro, cómo mantener una comunicación óptima en la relación, cómo demostrar amor sanamente, cómo detectar patrones de comportamiento tóxicos y actuar ante ellos, cómo soltar y dejar ir en el momento en que la relación finaliza y no caer en bucles de terminar y volver, cómo ser honestos cuando el amor se acaba en uno y en el otro no en vez de caer en la infidelidad, cómo soltar al otro con quien no quieres formalizar una relación, cómo asumir responsabilidades emocionales… cómo manejar la ira, la tristeza, el dolor, la felicidad, los celos, el desamor, el miedo, la ansiedad… No, ni en el jardín, ni en la escuela, ni en el colegio, ni en la universidad hay formación reglada que te eduque en la socio-afectividad, en la inteligencia emocional, en cómo manejar tus emociones y sentimientos, y que esta educación no es una responsabilidad exclusiva del núcleo familiar.
Entonces, ¿cómo aprendemos de esto? Después de años de estar en estas relaciones y que se presenta la infidelidad, o se acaba el amor, o no se concreta, o el otro actúa como si nada hubiera pasado… es ahí donde algunos/as sin saber de educación emocional, y otros que optan por la autoenseñanza leyendo aquí o allá sobre eso, o yendo al psicólogo/a, muchas veces estresados, angustiados o desesperados por la situación que están viviendo, se enfrentan cómo mejor creen a estas, mismas que suelen dejar traumas y cicatrices que pueden tardar años en sanar, o mal cicatrizar repitiendo el ciclo de nuevas relaciones fallidas, o, en el peor de los casos, no hacerlo nunca, y con víctimas colaterales como los hijos/as.
Pienso que se hace más que necesario repensar los pénsum de la formación reglada, desde el preescolar hasta la universidad, donde se incluyan asignaturas o seminarios enfocados en el desarrollo idóneo de la inteligencia emocional. Así como vemos clases con licenciados y profesionales de diversas áreas del conocimiento, también necesitamos psicólogos/as clínicos educándonos en socio-afectividad, que desde infantes se nos enseñe que no es sano mostrar interés en una niña o niño a través de burlas hacia ella o él, que si no queremos estar con una persona seamos honestos con nosotros y con ésta, que son nocivos los bucles de terminar y volver, que no lleva a ningún lado relaciones de ni contigo ni sin ti, que el bienestar emocional propio está por encima de una amistad… Si bien es cierto esto no es la panacea ni va a acabar con estas situaciones, si podría paliar, en alguna medida, el ciclo de frustraciones en que caemos al pasar de una relación a otra con la ansiedad de preguntarnos una y otra vez si esta vez si esta sí es la persona o es otra más que después de unos años vamos a tener también que superar.
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