Hacíamos en clase una revisión a la economía política de los medios y conversábamos sobre el peso colombiano, una de las monedas más devaluadas de Latinoamérica, justo por encima del bolívar venezolano, y como afectaba esto a las finanzas de los medios de comunicación. Una estudiante me interrumpió y me dijo que eso no era así, que ella había leído que era el peso argentino. Le pedí que buscara la fuente de esa información y me la mostrara y continué.
A los tantos minutos la estudiante me interrumpió para mostrarme su fuente de consulta, era un perfil de Instagram de uno de los tantos medios nativos digitales que encontramos hoy en día (para zanjar el asunto, este hablaba de las monedas que más se habían devaluado en el 2019, donde el peso argentino lo había hecho más que el colombiano). Lo que me sorprendió fue que la estudiante no se había informado a través del sitio web de un periódico, sino que había ingresado a Instagram y buscado la información en un medio nativo digital, ella sólo consultó el sitio web de un periódico tradicional cuando le indiqué que buscara esa info en una fuente más reputada.
Dos cosas me llamaron la atención. Por un lado, Instagram no es sólo una fuente de esparcimiento para los periodistas en formación, es también una fuente para informarse de las noticias del mundo. Así como siguen a sus amigos, amigas, familiares, influencers, también siguen medios noticiosos, pero ¿cómo juzgan la credibilidad de un medio nativo digital en este ambiente virtual? Por otro lado, este comportamiento dejó en evidencia algo que ya se ha venido discutiendo, como la audiencia en internet se ha trasladado de los medios de comunicación a las plataformas tecnológicas, incluso en redes sociodigitales donde el texto no es el protagonista y que los medios, si quieren audiencia, claudican ante las mismas y colocan allí parte de sus contenidos a cero costo para estas.
Los centeniales ahora en formación como periodistas están inmersos en nuevas dinámicas que habrá que ver atentamente su impacto cuando estos lleguen a las salas de redacción: consumen más imágenes y videos que texto, están acostumbrados a la instantaneidad e inmediatez (paradójico ante la paciencia que requiere el quehacer del periodismo lento), la comodidad (basta con revisar las redes de algún político o algún influencer para hacer la noticia, aunque eso ya lo vemos hoy), la hiperconexión, la falta de desconexión, la exposición permanente de sus vidas. Hasta cabe la pregunta si podrán sobrevivir a un evento Carrington, una tormenta solar con capacidad de dejarlos offline al noquear sistemas eléctricos y de telecomunicaciones por horas o hasta semanas.
Los avances tecnológicos siempre han traído consigo cambios sociales, de hecho, no tendríamos medios de comunicación si justamente no se hubieran dado tales desarrollos. Hoy la tecnología avanza a una velocidad exorbitante y alocada, las nuevas generaciones de periodistas están creciendo y formándose bajo elementos que cambian muy rápidamente y sólo nos queda observar cómo impactará esto cuando ellos y ellas ejerzan la profesión. Larga vida al periodismo.
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